viernes, 3 de marzo de 2017

Guatemala: Cuando llueve para arriba o el racismo al revés


Por Sandra Xinico Batz

Una de las reacciones más frecuentes cuando intentamos debatir sobre el racismo en Guatemala es que alguna de las partes en cuestión arroje el archifamoso as del “racismo al revés”. Con sólo tres palabras procuran botar toda posibilidad de discutir a fondo esta problemática, que malintencionadamente ha sido posicionada como un antagonismo de indio vs ladino, quitando con esto la atención sobre el problema real: el racismo de Estado y la ideología del racismo.

Esta ideología le hace creer a la clase subalterna que el problema es el odio que existe entre indígenas y no indígenas, como si se tratase de una rivalidad heredada y no de un problema estructural que necesita de las instituciones sociales para operar, reproducirse y mantenerse vigente. Nos han formado para ser racistas y para no comprender el por qué. Cuando nos quedamos sin argumentos para justificar nuestro racismo (que suele darse pronto en la discusión) allí está el “racismo al revés” para zafarnos del tema, como si de victimarios pasásemos a ser víctimas (en un solo paso). Una vez más, la polaridad.

El discurso (escueto por insostenible) del “racismo al revés” es una estrategia muy efectiva para esquivar la responsabilidad en la reproducción del racismo hacia los pueblos originarios. Incapacita el reconocimiento del racismo propio, la conciencia de lo que se debe cambiar. Moraliza la situación al calificar de “venganza” y “resentimiento” la reacción de los indígenas ante el racismo de los ladinos, como esperando una reacción de perdón por tratarles mal. Se insinúa que quienes deben sentirse mal son los indígenas porque les disgustan las actitudes racistas de los ladinos y peor aún, se anatemiza la reacción de repudio de esas actitudes convirtiéndolos en la reencarnación del mal y del odio.

Lo que el grueso de la sociedad guatemalteca no ha comprendido aún es que el racismo, al ser la base del Estado-nación, constituye un poder que se conforma necesariamente de partes que la hagan andar. Su reproducción depende del funcionar bien aceitado de cada uno de sus componentes: la familia, la iglesia, la escuela, la universidad, las leyes…

El racismo no se refiere únicamente al acto del maltrato o la discriminación como tal, sino tiene que ver con el contexto de desigualdades (provocadas) que se imponen a los indígenas por ser indígenas: empobrecimiento, violencias, exterminio, sometimientos, esclavización.

Al ser el racismo un problema estructural, implica condiciones creadas que ponen en desventaja a los pueblos indígenas y ofrece privilegios para aquellos que no lo son. Por lo tanto, no se trata únicamente de relaciones sociales en desigualdad sino del entramado entre estas, las instituciones sociales, el Estado, el ejercicio del poder político, económico e ideológico. El racismo estructural que vivimos en Guatemala hoy, ha sido una construcción que inicia desde la invasión española con la colonización y se consolida con la construcción del Estado que claramente se cimienta sobre la idea de la inferioridad racial de los indígenas. Aunque con el tiempo tanto las políticas como la visión del Estado se fueron transformando, estas no cambiaron su esencia homogenizadora y monocultural. El racismo para consolidarse y normalizarse socialmente ha necesitado poner a su favor la historia para validar mentiras y estereotipos que convirtió en verdades para justificar su existencia y perdurabilidad.

La identidad ladina se forja en el racismo. Su formación se desarrolla en este escenario. El ladino es una creación antagónica del indio porque así se garantiza que gire (siempre) sobre su eje (ladino vs indio), lo cual no le permite observar al ladino que sirve como un instrumento para consolidar un sistema político, económico y social, empobrecedor tanto para mestizos como para indígenas. El papel del ladino es relegar al indígena y entretenerse con ello para mantener en el poder a la clase dominante, a la cual nunca accederá, pero será su referente por el cual valdrá la pena definirse preferiblemente como “pobre pero no indio”.

Por lo tanto, si el racismo se trata de “la valoración generalizada y definitiva de unas diferencias, biológicas o culturales, reales o imaginarias, en provecho de un grupo y en detrimento del Otro, con el fin de justificar una agresión y un sistema de dominación”1, el “racismo al revés” o sea el que se ejercería por los indígenas en detrimento de los ladinos (para mantener un sistema de dominación indígena) podría ser posible sólo si regresáramos el tiempo e impidiéramos la invasión y colonización española de tal forma que los pueblos indígenas no hubiésemos perdido el poder político y económico y que, de haberse permitido el mestizaje, el producto de esa mezcla (lo que ahora conocemos como ladinos) fuesen sometidos a la esclavitud precisamente por su composición biológica, lo cual, además, acompañaríamos de una gran cantidad de estereotipos que crearíamos para definir al ladino como un ser inferior, atrofiado de su capacidad creativa, egoísta, copión, simplista, sin gracia, envidioso y traicionero; por lo tanto merecedor de todo nuestro desprecio y de su condición de esclavo obligado a mantener y hacer posible nuestro bienestar a costillas de su desgracia: haber nacido ladino. Tendríamos también que crear otra versión de la historia donde inventaríamos todas las mentiras necesarias para que las próximas generaciones no duden de la inferioridad de los ladinos.

La estructura política y las instituciones (como el Estado) que hubiésemos creado serían racistas (contra los ladinos) y tendrían que mantener privilegios para los indígenas y marginar por completo a los ladinos de su conformación. El castellano no sería el idioma oficial en Guatemala y a los ladinos se les discriminaría por hablarlo, empujándolos a abandonarlo y aprender algún idioma indígena para poder estudiar, encontrar un trabajo o simplemente para no ser mal tratados. Los ladinos serían en su mayoría analfabetas y su acento español sería motivo de risas y burlas. Les despojaríamos de lo poco que podrían generar y les obligaríamos a vestir nuestra indumentaria. Y si, además, cometieran el atrevimiento y se resistieran, los mataríamos, torturaríamos, violaríamos a sus mujeres y quemaríamos sus casas obligándolos a vivir en aldeas modelos. Los orillaríamos a matarse entre ellos y jamás les habríamos permitido tener acceso a la tierra.

Las mujeres ladinas serían las que limpiarían las casas y a todas les llamaríamos Hillarys o algún nombre por el estilo. En la historia que inventaríamos, Tecún Umán habría matado a Pedro de Alvarado y su muerte también se debería al shock que inmovilizó al malogrado conquistador el ver una serpiente emplumada (literalmente) que volaba hacia él mientras Tecún Umán le destrozaba el cráneo con su mazo de tetuntes. Los ladinos serían politeizados (de politeísmo) y el dios cristiano sería el pagano cuyos creyentes serían tratados como hechiceros indignos o ignorantes adoradores brujos.

Cada vez que un ladino intentara concienciarnos sobre el racismo que ejercemos sobre ellos cuestionaríamos sus experiencias, le acusaríamos de abusivo, mentiroso, exagerado, resentido, bajo de autoestima, igualado y, además, racista; y en cambio cuando un indígena hable de la situación de racismo que viven los ladinos entonces quizá escucharíamos.

Y pasarían más de quinientos años y esto no cambiaría nada.

Sólo entonces, en un contexto como este (el cual no podría describir por completo en un par de páginas), podría existir el “racismo al revés”, que de hecho dejaría ser “al revés” para ser racismo llano, de lo contrario, o sea en estas condiciones en las que vivimos, el racismo al revés no es más que un discurso repetitivo sin fundamento y justificativo con el que se evaden responsabilidades en la reproducción del racismo que se ejerce sobre los indígenas y que sólo puede existir en nuestras cabezas para no “sentirnos tan mal” por lo trogloditas que seguimos siendo hasta hoy por creer en la supremacía de una raza sobre otra.

1 Casaús, Marta. La metamorfosis del racismo. Guatemala, Cholsamaj, 2002.

Sandra Xinico Batz (1986, Patzún, Chimaltenango) Antropóloga maya K’aqchikel, engasada con las letras, empecinada por la historia y obstinada en que se escuche nuestra voz, la voz de los pueblos.

Las mujeres ladinas serían las que limpiarían las casas y a todas les llamaríamos Hillarys o algún nombre por el estilo. En la historia que inventaríamos, Tecún Umán habría matado a Pedro de Alvarado…
http://lahora.gt/cuando-llueve-racismo-al-reves/

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