jueves, 31 de mayo de 2012

COMUNICADO: EN CONTRA DE LA MINERIA

Las comunidades en resistencia del frente norte metropolitano manifestamos:
1.      Que existen rumores que un desalojo se está planificando hacia los pobladores de San Pedro Ayampuc y San José del Golfo que permanecen a inmediaciones de las instalaciones del proyecto Minero Progreso VII Derivada (La Puya), ejerciendo su derecho constitucional enunciado en el ARTICULO 45  que dice “Es legítima la resistencia del pueblo para la protección y defensa de los derechos y garantías consignados en la Constitución.
2.      La población en resistencia pacífica ejerciendo su derecho de petición, se ha pronunciado públicamente ante las autoridades municipales y nacionales, el Ministerio de Energía y Minas, el Ministerio de Ambiente, la Procuraduría de los Derechos Humanos, el Congreso de la República y otras instancias, mediante entrega de comunicados, conferencias de prensa, manifiestos, declaraciones en los medios de comunicación y la solicitud formal al presiente de la república en los puntos a tratar al concluir la Marcha Indígena y Campesina en marzo pasado, en el sentido de suspender las licencias mineras hasta no realizar las debidas consultas a los vecinos de los municipios afatados, tal y como lo exige el código Municipal y el Convenio 169 de la OIT.
3.      De manera oportuna se planteo a la comisión de seguimiento a las demandas presentadas el 27 de abril, al ejecutivo, que en relación a proyectos mineros, como el cuestionado por las poblaciones de San Pedro Ayampuc y San José del Golfo, que fueron autorizados por el Gobierno anterior presidido por Álvaro Colon, sin la debida información y consentimiento de las comunidades afectadas, llegado a otorgar licencias con grandes irregularidades, aceptando por buenos Estudios de Impacto Ambiental y expedientes, obscuros, mediocres e incompletos (un ejemplo es que la licencia del Proyecto Progreso VII derivado que entre otras aberraciones, fue aprobada por Selvin Morales en su calidad de director general de minería, quien actualmente se ostenta el cargo de representante de la Empresa Exmingua titular de la misma licencia).
4.      Estos vacios ponen en peligro las actividades productivas y la vida de la población. De esa cuenta estas licencias se constituyen en lesivas para el país.
5.       Recordamos que las consultas comunitarias y de vecinos fueron concebidas y se han constituido en instrumentos de expresión democrática y de participación ciudadana, han sido debidamente legitimadas por la población y nos está siendo negadas en este momento, por lo que debe atenderse esta demanda antes de dar seguimiento a  cualquier proyecto minero.
6.      La resistencia pacífica está siendo ejercida por hombres, mujeres niños y niñas, católicos, evangélicos, laicos, población indígena y campesina, comerciantes, agricultores e intelectuales que en ningún momento fueron consultados y que identifican con claridad  los riesgos que la actividad minera representan para sostener una vida digna.

La Puya, San Pedro Ayampuc, 30 de mayo de 2012

Luchamos por la vida, la Paz y las futuras generaciones

miércoles, 30 de mayo de 2012

GUATEMALA: CARTAS A MARCO ANTONIO

BLOG CARTAS A MARCO ANTONIO
de la más reciente a la más antigua. 

Un mes de tormentas que terminó con esperanza:
Un retrato del maestro y escritor Luis de León Díaz, dedicado a su memoria y a su querida familia:
Recuerdos de las manifestaciones populares de los años setentas con motivo del 1o. de mayo, Día Internacional del Trabajo
Una dura reflexión sobre las vivencias del 84, año en el que fueron detenidas y desaparecidas la mayoría de compañeros y compañeras que figuran en el Diario Militar, a propósito de la audiencia en la Corte Interamericana de Derechos Humanos el 25 de abril
Un escrito muy personal, sobre el nacimiento de mi hijo mayor

GUATEMALA: IMPUNIDAD Y OLVIDO, NUEVAS POLITICAS DE LA SEPAZ

Sindicato de Trabajadores de la Secretaría de la Paz SITRASEPAZ



IMPUNIDAD Y OLVIDO, NUEVAS POLITICAS DE LA SEPAZ
La Dirección de los Archivos de la Paz (DAP) de la Secretaría de la Paz, fue creada bajo el Acuerdo Interno No. 092-2008, con la finalidad de sistematizar documentación e información de los archivos estatales relacionados a violaciones a Derechos Humanos tales como Secretaría de Bienestar Social (SBS), Estado Mayor Presidencial (EMP), Policía Nacional (PN), y otros que se designaran a esta dirección; así también la digitalización de testimonios de víctimas del Programa Nacional de Resarcimiento, así como de otras organizaciones de Derechos Humanos; esto con el objetivo de aportar en el alcance de la justicia y la construcción de la memoria histórica.

El día 29 de mayo del 2012 las autoridades de la Secretaría de la Paz, bajo el Acuerdo Secretarial No. 035-2012, derogan los acuerdos de creación y reforma a la Dirección de los Archivos de la Paz. Derivado de esto, se realizaron 17 notificaciones de despidos a las y los trabajadores de la DAP. Sin embargo, el sub secretario de la Paz, Oscar Bautista manifestó a los trabajadores y trabajadoras que los que continúen laborando
deberán adecuarse a los nuevos lineamientos de investigación, que pretenden investigar a víctimas y descartar por completo a los victimarios del conflicto armado interno, lo que evidencia las políticas de impunidad del actual gobierno.

Otras acciones que responden a las nuevas políticas del actual gobierno, para invisibilizar la historia recientede Guatemala, es la utilización de eufemismos conceptuales tales como “enfrentamiento armado” en lugarde “conflicto armado interno”; “sitios de entierro” en lugar de “cementerios clandestinos”, además de la negación del genocidio que vivió el pueblo guatemalteco; centrándose en el olvido y la impunidad, en vez de la búsqueda de la verdad y la justicia, que es lo único que sanaría las heridas en la sociedad guatemalteca.

Los y las trabajadores de la Secretaría de la Paz, nos pronunciamos en contra de la disolución de la DAP y ante los 17 despidos ilegales. Violando con este hecho el emplazamiento, el Convenio Colectivo de Condiciones de Trabajo y la inamovilidad que gozan los miembros del Comité Ejecutivo del Sindicato de los Trabajadores de la Secretaria de la Paz –SITRASEPAZ-.

Por lo tanto hacemos un llamado de solidaridad y apoyo, a las organizaciones de Derechos Humanos, Comunidad Internacional, Medios de Comunicación y Sociedad Civil, para la difusión y divulgación de las violaciones a los derechos humanos y laborales, como también el riesgo que está corriendo la Institucionalidad de la Paz en el Estado de Derecho.

POR LA CONSTRUCCIÓN DE LA PAZ Y LA RECONCILIACIÓN DE LA SOCIEDAD GUATEMALTECA.


Sindicato de Trabajadores de la Secretaría de la Paz


=SITRASEPAZ=
Guatemala, 30 de mayo de 2012

Guatemala: Trasladarán archivos del Estado Mayor Presidencial

Trasladarán archivos del Estado Mayor Presidencial
Mediante la publicación del Acuerdo Gubernativo 86-2012, el Ministerio de la Defensa oficializa el traslado de archivos de documentos clasificados y ordinarios del Estado Mayor Presidencial y Estado Mayor Vicepresidencial al Archivo General de Centro América.
  • Archivos
Los archivos deberán trasladarse en un período de 30 días. (Foto Prensa Libre: Archivo)
POR PRENSA LIBRE.COM GUATEMALA
CIUDAD DE GUATEMALA - Los documentos resguardados en el Servicio de Ayudantía General del Ejército, deberán trasladarse en un período de 30 días, para que el Archivo General de Centro América pueda conservarlos y garantizar de mejor manera las condiciones de seguridad de los mismos.
Con la desactivación del Estado Mayor Presidencial y Vicepresidencial, los archivos de éste ente fueron puestos a disposición del Organismo Judicial, incluso fueron digitalizados por la Procuraduría de Derechos Humanos.
Con ésta medida se estaría cumpliendo con el fallo de la Corte de Constitucionalidad, emitida en 2007, en la cual se estableció dicho traslado.
Por mandato presidencial, durante la administración de Álvaro Colom, el Ministerio de la Defensa desclasificó más de 11 mil documentos del período 1954 a 1996, en el marco del esclarecimiento del conflicto armado interno.

Buscando a Óscar II: La cacería de los Kaibiles y un final inesperado

La historia de justicia que remece a Latinoamérica

Buscando a Óscar II: La cacería de los Kaibiles y un final inesperado

Por : Sebastian Rotella, ProPublica y Ana Arana, Fundacion MEPI en Reportajes de investigación Publicado: 25.05.2012
portada-oscar2 La huella de Óscar se había desvanecido. Mientras intentaba llegar a él, la fiscal Sara Romero comenzó una búsqueda para ubicar, interrogar y acusar a los Kaibiles que participaron en la masacre de Dos Erres. Dos mujeres movieron todos los hilos. Todos los militares que encontraron en Guatemala y EE.UU. hoy cumplen condena. Siete siguen prófugos. Esa misma búsqueda les entregó las pistas que las llevaron a Óscar. Sara le escribió un mail que comenzaba diciendo: “Usted no me conoce…”. Óscar dejó entonces de ser un trofeo de guerra y volvió a ser el hijo de un viejo campesino que nunca superó su pérdida.
(*)Un reportaje de Fundacion MEPI y Propublica.
El verano del 2000, Óscar vivía cerca de Boston cuando recibió una carta que lo dejó perplejo.
Un primo suyo en Zacapa le había enviado una copia de un artículo publicado en un diario de la Ciudad de Guatemala. Describía la investigación de Romero en busca de dos jóvenes que habían sobrevivido a la masacre y habían crecido en familias de militares.
“El Ministerio Publico busca a raptados en Las Dos Erres”, decía el encabezado. “Sobrevivieron a la matanza”.
La nota explicaba que los fiscales habían identificado a ambos jóvenes. Uno de ellos, Óscar Ramírez Castañeda, vivía en algún lugar de los Estados Unidos. Era posible que por la corta edad que tenía cuando todo sucedió, no recordase nada de la masacre o del secuestro por parte del teniente, mencionaban los fiscales.
El periódico mostraba una foto de Óscar a los 8 años. El artículo contenía más información sobre Ramiro, ya que los fiscales habían logrado interrogarle antes de que consiguiera asilo en Canadá.
La foto mostraba a Ramiro como cadete, sosteniendo un rifle y vestido con el mismo uniforme del Ejército que había asesinado a su familia. El texto mencionaba que existía la sospecha de que ambos chicos, que tenían ojos verdes y piel clara, eran hermanos.
“La orden era acabar con todos los habitantes de Dos Erres”, decía el artículo. “Nadie puede explicar por qué el teniente Ramírez Ramos y el sargento López Alonzo tomaron la decisión de llevarse a los dos niños”.
Óscar estaba desconcertado y llamó a una tía en Zacapa:
-¿De qué se trata todo esto? ¿Por qué sale mi foto en el periódico? –le preguntó.
Su tía había leído el artículo y le dijo que no sabía qué pensar de las acusaciones, salvo que eran falsas. Insistió en que el teniente era su padre y que no pensase más en eso. Según ella, la historia era un intento de la izquierda por manchar el nombre de un honorable soldado.
En medio de los conflictos ideológicos de Guatemala, era posible. Muchas familias afiliadas al Ejército o a partidos políticos de derecha sentían que la izquierda había distorsionado la historia de la guerra civil. Se quejaban de que los guatemaltecos y los críticos extranjeros exageraban los abusos de las Fuerzas Armadas mientras desestimaban la violencia de la guerrilla.
La tía de Óscar le convenció de que las acusaciones eran demasiado extrañas como para ser creíbles.
-Si de verdad tengo un hermano, como dicen, que me busque. Él sabrá si es mi hermano o no -le dijo a su tía.
Las memorias de Óscar respecto a su niñez más temprana eran borrosas. Nunca había sabido nada de su madre y no tenía recuerdos reales del teniente. El joven había crecido en una casa de dos cuartos, en una granja de la región seca y caliente de Zacapa. Su familia cultivaba tabaco y cuidaba el ganado. La matriarca de la familia era su abuela Rosalina, quien lo crió tras la muerte del teniente Ramírez. Óscar la consideraba como su madre.
Rosalina era cariñosa y estricta, Óscar siempre tenía tareas que hacer. Ordeñaba a las vacas a las cinco de la mañana, trabajaba el campo después de la escuela e intentaba hacer cigarrillos, aunque nunca fue su fuerte. Amaba la vida en la granja, montar a caballo, caminar en el campo. Sus tías se aseguraban siempre de que fuera limpio y bien vestido a la escuela.
Los Ramírez eran personas trabajadoras y esforzadas. Uno de los tíos de Óscar era un reconocido doctor. Dos de sus tías eran enfermeras. La familia, sus vecinos y amigos sentían mucha admiración por el padre de Óscar, el teniente, por su generosidad y sus proezas en el campo de batalla. Había ayudado a pagar la educación de sus hermanos y había llevado a sus compañeros combatientes de Nicaragua para establecerse en Zacapa. Un campo de fútbol de una escuela militar llevaba su nombre en su honor.
Sin embargo, Óscar nunca mostró interés en seguir los pasos del teniente. Sus tías le intentaron convencer de ir a un colegio militar, pero a él no le gustaba recibir órdenes. Tenía un espíritu independiente.
Se graduó de la escuela preparatoria con un titulo de contador. Fue difícil conseguir empleo. Tras la muerte de su abuela, tuvo alguna disputa con familiares por la herencia. Decidió probar su suerte en Estados Unidos. En 1998, Óscar viajó al norte como muchos otros guatemaltecos. Entró a México y cruzó ilegalmente la frontera hacia Texas.
Tras una breve estancia en Arlington, Óscar se estableció en Framingham, Massachusetts. El suburbio al oeste de Boston albergaba una comunidad grande de centroamericanos y brasileños. Encontró empleo en un supermercado. La paga y las prestaciones eran sólidas y nadie lo molestaba por su situación como inmigrante indocumentado.
Pronto su nueva vida lo fue consumiendo. Se reunió con Nidia, su novia de la adolescencia, quien había llegado también de Guatemala. En 2005 se mudaron a una pequeña casa de dos pisos en un complejo residencial.
Nidia dio a luz a dos niñas y un niño, inteligentes y dinámicos que hablaban fácilmente tanto el inglés como el español. Su familia mantenía ocupado a Óscar: la iglesia, las lecciones de natación, las barbacoas. Ascendió como asistente del gerente en el supermercado, pero perdió su trabajo durante una campaña contra inmigrantes en el 2009. Encontró dos empleos: como supervisor en una compañía de limpieza en las mañanas y en un restaurante de comida rápida por las tardes.
Óscar era educado y tranquilo. Hablaba bien inglés. Los clientes frecuentes del restaurante mexicano donde trabajaba llegaron a pensar que era el dueño. A pesar de la precaria vida como inmigrante indocumentado, Óscar gozaba de buena salud y no le faltaba comida en su casa. Se consideraba un hombre feliz.
El artículo en el periódico le había generado dudas. Sin embargo, conocía su país, un lugar donde los misterios abundan y donde las acusaciones y sospechas rebasan a los hechos.
Con el paso de los años, pensaba cada vez menos en ese episodio de su vida.

LA CACERIA AVANZA HACIA EL NORTE

Frustrados por el limbo en el que se encontraba el caso de Dos Erres, activistas guatemaltecos iniciaron un proceso en contra de su propio gobierno en un tribunal internacional.
La acción legal generó la publicación del listado de Kaibiles sospechosos. Algunos habían muerto, pero había otros fugitivos. De pronto, una ayuda de un lugar inesperado apareció: En Washington, D.C. la unidad especial del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos (U.S. Immigration and Customs Enforcement, ICE), cuya misión es encontrar a los criminales de guerra que llegan a los Estados Unidos, se interesó en el caso.
Jon Longo, un agente de ICE en West Palm Beach, Florida, de estatura baja y una barbita en el mentón, recibió el caso. Este estadounidense de ascendencia italiana y originario de la ciudad de Boston, tenía 39 años y apenas dos en ese trabajo. Sin embargo, contaba con una maestría en psicología y había trabajado durante ocho años como terapeuta en una prisión. Tenía experiencia para hacer hablar a los criminales.
Investigadores de ICE sospechaban que Gilberto Jordán, uno de los Kaibiles incluidos en la lista, vivía en la comunidad de Florida de Playa Delray, ubicada a media hora en auto desde la oficina de Longo. Jordán trabajaba como cocinero en dos country clubs de la zona. Longo recibió órdenes de investigar a Jordán. Si este participó en la masacre, Longo debía armar un expediente legal en su contra utilizando las leyes estadounidenses.
Jordán no podía ser juzgado por asesinato. Se había convertido en ciudadano de Estados Unidos y no podía ser deportado a Guatemala para enfrentar un proceso en ese país. Estados Unidos tampoco lo podía juzgar por un delito cometido muchos años antes en un país extranjero.
Longo revisó las leyes de inmigración de los Estados Unidos. Jordán, de 53 años, había declarado en sus formularios de naturalización que no fue miembro de las fuerzas militares ni cometió delitos en Guatemala. Si era cierto que había sido miembro del Ejército o había participado en el ataque a Dos Erres, entonces había mentido en su declaración para conseguir la ciudadanía. Había violado la ley estadounidense. Longo quería armar el caso de la manera más simple. Se preguntó a sí mismo: “¿Cómo pruebo que cometió esos delitos?”.
El agente Longo se metió a fondo en los documentos del caso sin perder de vista su meta. Jordán dejó Guatemala poco tiempo después de la masacre y entró por Arizona, sin documentos. En 1986 obtuvo su residencia legal en el país, gracias a una amnistía migratoria que se aprobó en Estados Unidos. Obtuvo su ciudadanía en 1999. Tenia tres hijos grandes, uno de ellos era miembro de los Marines de Estados Unidos y veterano de la guerra de Irak.
Longo pidió el expediente militar de Jordán y confirmó las sospechas acerca de su pasado como soldado Kaibil. En Houston, agentes de ICE detuvieron a López Alonzo, otro de los sospechosos en el caso Dos Erres. López Alonzo era el ex-panadero de la patrulla que se llevó a Ramiro, el niño de 5 años que fue robado. López Alonzo ya había sido deportado de Estados Unidos y volvió a entrar. ICE lo acusó de regresar a Estados Unidos sin documentos por segunda vez.
Longo entrevistó a López Alonzo sobre Dos Erres a principios del 2010. También interrogó a Pinzón e Ibáñez, los Kaibiles arrepentidos que eran testigos. Le hablaron de las acciones de Jordán durante la masacre. En mayo de ese año, Longo estaba listo para arrestar a Jordán. Sin embargo, los fiscales estadounidenses le indicaron que necesitaba evidencias más contundentes que probaran que Jordán había participado en la masacre y que había mentido. Sin una evidencia sólida, como una confesión, la fiscalía no lo podría acusar.
Longo y sus superiores decidieron que era tiempo de visitar a Jordán en su casa. Era una medida arriesgada. Los asesinos tienden a confesar más fácilmente en las películas que en la vida real. Especialmente aquéllos con entrenamiento en operaciones clandestinas y en guerra psicológica.
Longo planificó su encuentro con mucho cuidado. Se enfrentaría a un soldado bien entrenado que podría estar armado. Reclutó a un agente de ascendencia latinoamericana, quien también era veterano de las fuerzas especiales, para que el encuentro fuera más amigable.
Como permite la ley federal, ICE armó una estrategia para acercarse al fugitivo. Jordán había sido miembro de la guardia presidencial en su país. Así que le preguntarían sobre el reciente arresto en Estados Unidos del ex presidente de Guatemala, Alfonso Portillo, por corrupción y lavado de dinero. Después, le preguntarían sobre Dos Erres. Si Jordán no quería hablar tendrían que retirarse.
En la mañana del día del encuentro, Longo ordenó que agentes de ICE siguieran a la esposa de Jordán, quien trabajaba limpiando casas en el área cercana. Los agentes de ICE, por su parte, pensaban visitar a Jordán en su trabajo. Pero justo ese día decidió descansar en casa por enfermedad. Así que con sus chamarras con insignias de ICE, los agentes se presentaron en la casa de Jordán en un barrio modesto multiétnico de Florida. La pick-up de Jordán estaba estacionada frente a la entrada de su cochera. Antes de bajarse de sus vehículos, los agentes dieron dos vueltas a la casa. La primera vez la puerta de la cochera estaba abierta. En la segunda, estaba cerrada.
Longo llamó a Jordán por teléfono y se identificó como un agente federal. Jordán lo invitó amablemente a su casa. Cuando el equipo tocó a la puerta, nadie respondió. Longo volvió a llamarle, pero esta vez no recibió respuesta. El tiempo avanzaba. Los agentes tenían las manos sobre sus revólveres.
“No tenemos una orden de cateo”, pensó Longo. “Quizás tiene un cañón allí adentro”.
Longo llamó a los agentes que vigilaban a la esposa de Jordán. Les pidió que la abordaran y le explicaran la situación. La esposa aceptó llamarlo. Jordán respondió a la llamada como un hombre acorralado.
-Vinieron a matarme -le dijo a su mujer por el teléfono.
-No. Son americanos –le explicó la esposa.
-Están armados -respondió Jordán.
Al final, la tensión se disipó y Jordán abrió la puerta e invitó a los agentes a entrar. Era bajo de estatura. Su pelo canoso tenía un corte militar. Su cara era arrugada. Vestido con una gorra de beisbol, camiseta y jeans, parecía estar descansando. Se sentaron en la cocina alrededor de una mesa de madera rústica. Fotos de sus hijos colgaban en la pared. Comenzaron hablando de trivialidades en una mezcla de inglés y español. Pronto llegó a casa su esposa.
Jordán aceptó responder a las preguntas de los agentes y firmó un formulario de Derechos Miranda, dejando claro que sabía que tenía el derecho legal de no contestar si no quería. Admitió que fue un Kaibil. En su casa no exhibía ningún recuerdo militar porque a su esposa le daba miedo. Ella había escuchado historias de ex soldados atacados en los Estados Unidos por guatemaltecos que odiaban a los militares.
Longo había entrevistado a muchos asesinos en su vida profesional. Jordán no tenía la facha de ser uno. Aunque tranquilo y reservado, parecía querer hablar. “Nos está soltando pequeños pedazos de información”, pensó Longo.
-Tuve problemas en Guatemala. La gente dice que hice cosas. Hubo una masacre -dijo Jordán.
-¿Dónde? –le preguntó Longo.
-En un lugar llamado Dos Erres.
Longo no lo apresuró. La conversación volvió al tema de la masacre. Jordán respiró profundo y entonces, contó la historia de Dos Erres. Les describió la carnicería alrededor del pozo.
“Todos”, dijo Jordán, y luego hizo gestos para indicar que tiraron a las victimas dentro del pozo. Comenzó a llorar…
-Tiré a un bebe en ese pozo –dijo Jordán.
Y contó cómo lloró en el momento en que mató al bebe. Negó haber violado a mujeres o a niñas. Su mujer escuchaba compungida. “Ahora ya sabe de Dos Erres”, explicó Jordán.
“Sabía que este día iba a llegar”, les dijo. Longo pensó que el hombre se había quitado un gran peso de encima.
Después de 45 minutos de conversación, Longo agradeció a Jordán su franqueza. Su corazón latía fuerte. Salió al lado de la cochera y llamó a una fiscal federal para informarla de la declaración de Jordán. La fiscal sabia que Longo quería meter preso a Jordan en el acto. Pero le dijo a Longo que no le arrestara. Quería dejar constancia clara que la confesión fue voluntaria y sin ninguna presión.
-Dile que se presente en tu oficina mañana por la mañana, para una entrevista formal -le dijo la fiscal.
Al día siguiente, los agentes arrestaron a Jordán cuando se presentó con su abogado a la cita. En pocas semanas, decidió admitir su culpabilidad del delito de haber ocultado información y proporcionado declaraciones falsas en su forma migratoria.
La fiscalía quería que recibiera la sentencia máxima. En el juicio en una corte de Florida, Ramiro Cristales se presentó como testigo. Viajó desde Canadá donde vivía como refugiado. Longo pensó que encontraría a un hombre acabado, pero Ramiro era un joven guatemalteco de 33 años lleno de valentía y madurez.
En su testimonio, Ramiro detalló cómo los Kaibiles entraron en la casa donde vivía con sus padres y sus seis hermanos. Los golpearon y los aterrorizaron.
-Comenzamos a rezar porque ellos nos dijeron: “si creen en Dios recen, porque nadie los va a salvar” -atestiguó.
No se sabe la precisión de los recuerdos que Ramiro tiene de ese día. Contó ante la Corte que durante la masacre, se quedó en la iglesia con las mujeres y los niños. Los soldados tiraron a sus hermanitos al pozo.
La condena por el crimen de Jordán rara vez resulta en más de seis meses de cárcel. Pero el juez del Distrito, William J. Zloch, estaba impactado por lo que escuchó en el juicio. Cuando el abogado de Jordán argumentó que su cliente no era un peligro para la comunidad, el juez se enfadó aún más:
-¿Después de todas estas acusaciones?, ¿cuánto más tiene que cometer después de este incidente? ¿Cuántas otras cabezas tiene que aplastar? ¿Cuántas otras mujeres tienen que ser violadas? ¿A cuántas otras personas tienen que disparar? ¿Cuántas? -demandó saber el juez Zloch.
En septiembre 2010, Jordán recibió la sentencia máxima por el crimen: 10 años en una prisión federal.
Los investigadores de ICE volvieron a revisar la lista de Kaibiles y los buscaron en todo Estados Unidos. En el Condado de Orange en California, agentes de ICE encontraron a Pimentel, el ex-sargento que días después de las violaciones y asesinatos en Dos Erres había partido a la academia militar estadounidense en Panamá. Pimentel había recibido una condecoración del Ejército de Estados Unidos por sus servicios. Cuando lo encontraron, vivía sin documentos y trabajaba en mantenimiento. Fue deportado a Guatemala para enfrentarse a la justicia.
Investigadores federales también averiguaron que Sosa, el sub-teniente que supuestamente tiró la granada en el pozo de Dos Erres, era ciudadano estadounidense y un reconocido instructor de artes marciales en el Condado de Orange. Sosa se había mudado a Canadá, donde lo detuvieron y ahora está en prisión, esperando ser deportado para un juicio en California por falsificación de su forma migratoria. López Alonzo, el Kaibil que raptó a Ramiro, también se declaró culpable en Houston y aceptó atestiguar contra Sosa, su antiguo oficial superior.

COCORICO 2

Las detenciones en Estados Unidos dieron nuevos aires a la investigación de la fiscal Sara Romero.
El Ejército de Guatemala recibió con mejor actitud las indagaciones de autoridades estadounidenses que las de sus propios fiscales. Entregaron documentos sobre los comandos fugitivos detenidos por ICE. Los investigadores estadounidenses, por su parte, compartieron los documentos con sus colegas en Guatemala. La confesión de Jordán reforzó el caso contra más de una docena de sospechosos fugitivos.
La atmósfera en Guatemala había cambiado. Para finales de 2010, el Presidente Álvaro Colom nombró un nuevo fiscal general. Claudia Paz y Paz era la primera mujer del país en ese cargo. Paz y Paz comenzó una campaña sin precedentes contra los violadores de derechos humanos. Acusó al ex dictador Ríos Montt de genocidio y de crímenes de “lesa humanidad”.
Además, la Corte Inter Americana de Derechos Humanos en Costa Rica había fallado a favor de los activistas de derechos humanos guatemaltecos. El edicto forzaba a la Corte Suprema de Guatemala a continuar con el caso de Dos Erres.
En el 2011, después de 15 años de investigación, la fiscal auxiliar Sara Romero ordenó nuevos arrestos. La policía capturó a tres de los Kaibiles implicados en el caso y a Carías, el ex comandante de Las Cruces.
Los investigadores se enfrentaban a situaciones hostiles y peligrosas. Un testigo fue asesinado. Familias de militares, en los barrios de Ciudad de Guatemala donde vivían los ex militares sospechosos, amenazaban a la policía cuando llegaba a buscar criminales de guerra. El coronel Roberto Aníbal Rivera Martínez, quien como teniente había sido comandante de la patrulla de Dos Erres, pudo huir cuando las autoridades llegaron a su casa ya que tenía un túnel conectado a otro inmueble. Los fiscales sospechaban que algunos de los fugitivos de Dos Erres, y otros casos, vivían protegidos en bases militares o en áreas dominadas por militares.
Uno de los Kaibiles detenidos habló de los dos niños robados en su declaración en Ciudad de Guatemala. El juez supervisor ordenó a Romero que redoblara sus esfuerzos para encontrar a Óscar. Años atrás, la renuencia de la familia de Óscar en Zacapa había acabado con la esperanza de encontrarlo. La historia que se publicó en el periódico tampoco ayudó al caso de la fiscalía.
Ahora, existía otra oportunidad. En mayo del 2011, Sara Romero regresó a Zacapa, donde Óscar creció. Otra vez visitó a su tío, el reconocido doctor en esa región. En la primera visita hacía unos años, el doctor la había acusado de difamar el nombre del teniente Ramírez con sus preguntas sobre el origen de Óscar. Esta vez, el médico parecía algo más cooperativo. Le dijo que Óscar vivía en los Estados Unidos con su esposa e hijos, pero que no tenía su número telefónico. Sin embargo, le dio una pista: “El apodo de su mujer es La Flaca”.
Con ese detalle, Romero y sus investigadores preguntaron al dueño de una pequeña tienda, quien les ayudó a encontrar a los familiares de la esposa de Óscar en un caserío cercano. La fiscal entrevistó a la familia de la esposa y ellos le dieron el correo electrónico de Óscar. La dirección tenía la palabra “Cocorico2”. Romero entendió que Óscar utilizaba el mismo apodo que el teniente Ramírez.
Unos días después, el mismo Óscar llamó a Romero al escuchar de su visita a sus suegros. Ella no quiso hablarle mucho. No quería tirarle una bomba así por teléfono.
Romero se sentó frente a su computadora a escribirle un correo electrónico. Se esmeró en encontrar las palabras adecuadas que le explicaran a Óscar que su vida hasta ahora había sido una mentira. Romero sabía que Óscar vivía en Estados Unidos sin documentos. Se imaginó su existencia tan lejos de su patria. Pensó en cómo lo impactaría el mensaje.
Sara Romero continuó con su mensaje. Y comenzó así: “Usted no me conoce”. (Ver carta completa)
Cuando Óscar terminó de leer el mensaje en Framingham, su cabeza se volvió un torbellino de pensamientos confusos. La fiscal insinuaba que había tenido una vida completamente diferente hasta los tres años. Lo encontraba difícil de creer. No podía recordar ninguna imagen de Dos Erres. La familia que conocía como la suya en Zacapa lo había tratado como uno de ellos.
Luego volvió a pensar en el artículo en el periódico sobre él y Ramiro de hacía una década. Ésa fue la historia que sus familiares de Zacapa le dijeron que era impensable. Sus dudas de aquella época surgieron de nuevo.
Óscar volvió a llamar a Romero y aceptó hacerse una prueba de ADN. El 20 de junio del 2011, Fredy Peccerelli, un investigador de derechos humanos guatemalteco, lo visitó en Framingham. Estaba allí para recoger la evidencia que determinaría la identidad verdadera de Óscar para siempre.
Peccerelli tenía la cabeza rapada, el físico de un levantador de pesas y un acento de Bensonhurst, el barrio italiano de Brooklyn, New York. Parecía más un héroe de acción que un científico y luchador de derechos humanos.
Nacido en Guatemala y criado en Brooklyn, Nueva York, Pecerelli, a sus 41 años es uno de los mejores antropólogos forenses en Latinoamérica. Su organización, la Fundación de Antropología Forense de Guatemala (FAFG), apoya en investigaciones sobre violaciones de derechos humanos haciendo exhumaciones en sitios donde ocurrieron masacres y en cementerios clandestinos. Las pruebas de ADN se llevan a cabo en un laboratorio de alto nivel científico localizado detrás de unas paredes altas con concertina de seguridad, en la Ciudad de Guatemala.
En 2010, la Fundación de Peccerelli analizó los restos de Dos Erres recolectados por el equipo argentino en 1995. El equipo de Peccerelli utilizó nueva tecnología sofisticada para extraer ADN de los familiares de las victimas de Dos Erres y buscar conexiones.
Cuando Peccerelli se encontró con Óscar, intentó imaginarse cómo había sobrevivido cuando era un niño. ¿Había visto a toda su familia ser asesinada? Peccerelli quería proteger a Óscar. El joven se mostró precavido. Peccerelli le dijo que él sabía lo que significaba ser un inmigrante escondido en las sombras. Su padre había sido un abogado en Guatemala. Cuando Peccerelli era un niño, su familia tuvo que huir por amenazas de muerte y se trasladó a los Estados Unidos.
Poco a poco, Oscar se sinceró. Le contó sobre su odisea de Guatemala a Estados Unidos. Peccerelli tomó la muestra de ADN. Después, Oscar y su esposa prepararon una gran cena para todos los presentes.
Peccerelli había pasado toda su vida profesional uniendo las piezas de esqueletos destruidos. Hoy, por primera vez, estaba frente a una evidencia viviente. Tenía la rara oportunidad de hacer preguntas importantes.
En otros casos de robo de niños por soldados, los menores habían sufrido abusos, como Ramiro. Algunos habían sido forzados a dormir con los animales y a trabajar 20 horas al día. Peccerelli estaba fascinado al escuchar esta experiencia de primera mano.
-¿Cómo te trataron? -le preguntó a Oscar.
-Donde yo crecí, crecí bien -le respondió Oscar de forma serena y lacónica-. No fui tratado diferente de los otros niños.
Peccerelli regresó a Guatemala para terminar la prueba de ADN. Se quedó con la impresión de que Óscar quería saber más, pero al mismo tiempo tenía muchas dudas.
En algún lugar de su alma Peccerelli pensó: Oscar no quiere que esto sea verdad.

LAS PENAS NADAN

Óscar esperó alrededor de seis semanas los resultados de la prueba de ADN. El 7 de agosto, Peccerelli le llamó desde Ciudad de Guatemala. Le explicó que las pruebas habían descartado una de las teorías de la fiscalía: que Óscar y Ramiro podían ser hermanos.
-Gracias…No me sorprende –le dijo Óscar.
Peccerelli hizo una pausa. Porque había más:
-Óscar, encontramos a tu padre biológico. Es un señor llamado Tranquilino.
Óscar volteó para mirar a Nidia. Le dijo las palabras que aún le costaba creer: “Encontraron a mi padre”.
Tranquilino Castañeda había sido un campesino en Dos Erres. Había escapado de la masacre porque se encontraba trabajando la tierra en otro pueblo. Por casi 30 años, pensó que los militares habían asesinado a su esposa y a sus nueve hijos. Óscar era el más joven de ellos: Su nombre real era Alfredo Castañeda.
Peccerelli, Aura Elena Farfán y otros investigadores armaron una conversación en video entre los dos sobrevivientes.
Óscar pudo ver a su padre a través de la pantalla de la computadora. Castañeda era un hombre larguirucho de 70 años, con un sombrero vaquero. Su rostro evidenciaba décadas de trabajo, soledad y tristeza.
Los investigadores habían tomado muestras del ADN de Castañeda, pero nunca le contaron sus sospechas sobre quién era Óscar. Cuando tenían la certeza y decidieron contarle, llevaron a un médico por si las dudas. Una de las investigadoras de derechos humanos acercó la silla del hombre a la suya y se inclinó:
-Le voy a contar algo… ¿Conoce a esta persona? ¿Al tipo que aparece en la pantalla? –le dijo.
-No, no tengo idea de quién es -contestó Castañeda.
-Es su hijo.
Castañeda se quedó pasmado. Su reacción fue más bien triste y de desconcierto que de alegría. El grupo se juntó a su alrededor mientras el viejo se tomaba un trago de licor.
El padre miraba la pantalla sin dar crédito. Intentó comparar el rostro del hombre a cuatro mil kilómetros de distancia con el del niño regordete y pequeño que recordaba. Mientras los demás miraban con lágrimas en los ojos, Castañeda llamó a su hijo por su verdadero nombre.
-Alfredito… ¿Cómo estás?
La conversación era emotiva e incómoda. Óscar no sabía qué decir. Castañeda le preguntó si recordaba que le faltaban sus dientes delanteros cuando era pequeño. El joven le dijo que lo recordaba. Pasaron tiempo sólo mirándose uno al otro.
Padre e hijo hablaron de nuevo por teléfono y por Skype. Pronto se encontraron hablando cada día, conociéndose más, llenando las tres décadas que pasaron separados.
La familia del teniente estaba igualmente sorprendida, pero no tenían rencor aparente. Invitaron a Castañeda a visitarlos a Zacapa y se maravillaron al ver la semejanza entre el viejo y el hombre que conocían como Óscar. Castañeda se unió a una barbacoa que organizaron los Ramírez. En fotos que la familia le envió a Óscar su padre lucía años más joven.
Castañeda quedó destrozado por la pérdida de su familia. Tras la masacre, se refugió en una choza en la selva. Nunca se volvió a casar y bebió tanto como una persona puede llegar a beber.
-Pensé que podría ahogar mis penas, pero no se puede: ¡Las penas nadan! –les dijo Castañeda.
La nueva y profunda relación de Óscar con su padre lo llevó a otro mundo. Tuvo mucho que pensar. Aunque hablaba fácilmente de algunos temas –el trabajo, el fútbol, la vida como un inmigrante indocumentado- le tomó un gran esfuerzo abrirse a las maravillas y traumas de su pasado.
La persona con la que pudo hablar sobre el tema fue Ramiro, el otro sobreviviente raptado. Tuvieron largas charlas por el teléfono. Se hacían preguntas sin respuesta.
¿Por qué los soldados les habían perdonado la vida? ¿Qué clase de hombre asesina familias pero decide salvar y criar a un niño?
Durante las dictaduras en Argentina y El Salvador, el robo de infantes de familias de izquierda se volvió un tráfico organizado y a veces rentable. Por su ideología, los secuestradores querían eliminar otra generación de futuros subversivos, raptándolos y vendiéndolos a familias de derecha.
En Guatemala esos crímenes eran más oportunistas y menos sistemáticos. Los investigadores oficiales estimaban que los militares habían secuestrado a más de 300 niños durante la guerra civil. En una sociedad pobre y rural, la historia de Ramiro, de maltratos y abusos, era algo común.
La experiencia de Óscar resaltaba porque su familia lo había tratado bien. Los investigadores piensan que el teniente lo llevó a su casa para darle el gusto a su madre, quien se quejaba de no tener un nieto.
Óscar finalmente entendió que su padre “adoptivo” supervisó los asesinatos de sus hermanos y de su madre. Leyó sobre los horrores de la masacre. Se dio cuenta de que una foto en el álbum del teniente –con soldados posando con un aparente prisionero atado—mostraba una escena que pudo ser igual que la del “guía” asesinado después de Dos Erres.
Sentado en la mesa de la cocina, examinó tranquilamente el álbum de fotos. Pensó en dos hechos: El teniente lo había salvado y la familia Ramírez lo había tratado como uno de los suyos.
-Aún es un héroe para mí. Lo veo de la misma forma como lo hacía antes… Él estaba en el Ejército, allí te dicen cosas y tienes que hacerlas. Especialmente en tiempos de guerra, aunque no quieras -dijo Óscar
Para los investigadores, Óscar se había convertido en un poderoso testigo al que había que proteger. Peccerelli lo ayudó a encontrar a un importante abogado estadounidense. Scott Greathead, un socio de la firma Wiggin and Dana, en Nueva York, tenía una trayectoria de activismo en derechos humanos en Latinoamérica por las ultimas tres décadas. Entre sus casos más importantes, Greathead representó a familias de monjas de Estados Unidos que fueron violadas y asesinadas por soldados salvadoreños en 1980.
Greathead y sus colegas en Boston compilaron una demanda en busca de asilo político para Óscar bajo los argumentos de que sería un objetivo potencial si volvía a Guatemala.

DOS GUATEMALAS

En agosto pasado, una corte guatemalteca declaró culpables de asesinato y violación de los derechos humanos a tres ex soldados del escuadrón de Dos Erres. Recibieron sentencias de 6,060 años de prisión, equivalente a 30 años por cada una de las 201 victimas, más treinta por “crímenes de lesa humanidad”.
La corte condenó y sentenció al coronel Carías, el ex teniente y comandante local que ayudó a planear y encubrir el asalto, por los mismos crímenes. También recibió seis años adicionales por el saqueo a la aldea.
Hace dos meses otra corte de Guatemala sentenció a 6,060 años de cárcel a Pimentel, el ex-instructor de la Escuela de las Américas, quien fue arrestado y deportado por agentes de ICE en California. Durante el juicio, los fiscales incluyeron la historia de Óscar por primera vez, añadiendo la prueba de ADN como evidencia.
La fiscal general Paz y Paz dijo que las condenas sentaron un mensaje sin precedentes.
“Es muy importante por la gravedad de los hechos”, dijo en una entrevista. “Antes, parecía imposible”.
El caso de ninguna manera queda cerrado. Siete sospechosos continúan prófugos, incluyendo dos altos mandos del escuadrón. Las autoridades piensan que pueden estar en los Estados Unidos o en Guatemala, protegidos por poderosos nexos con el Ejército y el crimen organizado.
Las condenas han provocado resentimientos. Los críticos alegan que el enfoque de la izquierda en casos de derechos humanos está lejos de la realidad. La mayoría de los guatemaltecos menores de 30 años están más preocupados por la inseguridad, la pobreza y el desempleo, según el reciente Presidente electo Otto Pérez Molina, un ex general y miembro, en un momento, de la escuela Kaibil.
Cuando se trata de perseguir las atrocidades, el Presidente sigue una estrecha línea. El hombre de 61 años hizo su campaña electoral con una plataforma de mano dura contra el crimen. Pérez Molina jugó un papel importante durante las negociaciones de paz en los años 90. Desde entonces ha tratado de mantener el perfil de un militar moderado. Tras una incertidumbre inicial acerca de sus intenciones, expresó su apoyo a la fiscal general Paz y Paz, y al equipo especial de la ONU encargado de investigar la corrupción.
Por otro lado, Pérez Molina acusa a la izquierda de exagerar los abusos por parte del Ejército y de perder de vista el contexto histórico de las atrocidades. Sostiene que Guatemala, como el resto de Centroamérica, tiene retos más inmediatos.
“Hay casos emblemáticos, como Dos Erres”, mencionó Pérez Molina en una entrevista. “Creo que las cortes son las que se deben encargar de dar respuestas. Los casos emblemáticos deben conocerse, pero no es el camino o la ruta que debe seguir Guatemala al estancarse en estas peleas en los tribunales”.
Centroamérica se ha convertido en la primera línea en la guerra contra el narcotráfico al sur de México. La administración de Obama está luchando contra el crecimiento de las mafias en Guatemala, Honduras y El Salvador por el tráfico de cocaína y de migrantes. Los ataques amenazan con rebasar la región. La taza de 38 homicidios por cada 100 mil habitantes en Guatemala es casi diez veces la de Estados Unidos. Se combina con una tasa de impunidad de 96 %. Los números en Honduras y El Salvador son peores.
En respuesta, Pérez Molina busca una cooperación regional y apoyo de EE.UU., así como una mayor participación del Ejército. Cree que se deben desplegar fuerzas Kaibiles en misiones quirúrgicas contra el crimen, algo opuesto al combate frontal que lleva a cabo México contra los cárteles.
Los legisladores norteamericanos y activistas de derechos humanos están preocupados por la entrada de militares en la guerra contra las drogas, especialmente los Kaibiles. Podría significar nuevos abusos contra civiles. Sin embargo, Pérez Molina dice que las críticas se quedaron atadas al pasado.
-Pensar que el Ejército en el 2012 es el mismo que existió en los ’70 u ‘80, es un gran error –dice el Presidente.
Los militares insisten en que las Fuerzas Armadas se han reformado. Niega acusaciones de que altos mandos han interferido en las investigaciones, como el caso de Dos Erres.
Los investigadores siguen creyendo que el Ejército –o facciones del mismo—aún están jugando un rol siniestro.
Días después del veredicto del caso Dos Erres, un auto se acercó a Peccerelli mientras conducía con un antropólogo norteamericano en Ciudad de Guatemala. Un hombre en el otro coche se asomó por la ventana y acuchilló un neumático de Peccerelli. Temiendo una emboscada, este huyó a toda velocidad.
Algunos días más tarde, una carta amenazante llegó a casa de su hermana. Describía los movimientos recientes de Peccerelli cuyo trabajo como forense dio evidencia clave durante el proceso de Dos Erres. Prometía venganza por las sentencias dictadas.
“Por tu culpa, los nuestros van a sufrir”, decía la nota. “El neumático no fue nada. La próxima vez será tu cara. Hijo de puta, los tenemos vigilados a todos, a tus hijos, tus coches, tu casa, escuelas…Cuando menos te lo esperes, morirás. Entonces, revolucionarios, tu ADN no servirá para nada”.
La fiscalía dice que las amenazas no los detendrán.
-Estamos haciendo esto, justamente para que no haya dos Guatemalas. Para que no haya una Guatemala con acceso a la justicia y otra donde los ciudadanos no tengan ese acceso –afirmó la fiscal Paz y Paz.
Óscar conoce hoy las dos Guatemalas. Aún intenta entender qué significa todo esto. Dos Erres fue una de las 600 masacres durante la guerra. El patrón recurrente en el mapa: Mujeres violadas, niños masacrados, poblaciones enteras borradas. Óscar está listo para testificar en futuros juicios.
-Para mí sí es importante investigar Dos Erres porque estoy conectado a esto. Probablemente si no me hubiera sucedido a mí, habría dicho “mira la violencia en Guatemala hoy, esos otros temas ya son algo pasado. Antes pensaba que la guerrilla y el Ejército se mataban entre sí durante la guerra. Pero no sabía que masacraban a gente inocente. Imagino que hay una conexión entre la violencia del pasado y la del presente. Si no agarran a esta gente, seguirá extendiéndose. La gente hace lo que quiere –dice Óscar.
El padre de Óscar no hace mucha introspección política. Su nueva misión es conocer a su hijo en persona. Peccerelli y la activista Farfán planean llevarlo a los Estados Unidos pronto. La espera lo tiene ansioso. Aún sufre problemas con el alcohol y a veces también con su memoria.
Hay cosas que no ha olvidado. Durante una conversación en Ciudad de Guatemala, Castañeda hizo una petición repentina:
-¿Puedo dar los nombres de mis hijos? –preguntó.
Y recitó la lista: Esther, Etelvina, Enma, Maribel, Luz Antonio, César, Odilia, Rosalba…Y Alfredo, el menor, ahora conocido como Óscar. “Creo que es mi deber mencionarlos porque eran mis hijos. De los nueve, uno sigue vivo. Todos los demás han muerto”.

Buscando a Óscar I: La increíble historia del niño que sobrevivió a la masacre de Dos Erres en Guatemala

 
La odisea de justicia en Centroamérica

Buscando a Óscar I: La increíble historia del niño que sobrevivió a la masacre de Dos Erres en Guatemala

Por : Sebastian Rotella, ProPublica y Ana Arana, Fundacion MEPI en Reportajes de investigación Publicado: 25.05.2012
oscar_ramirez11 Óscar Ramírez nunca supo que era una prueba viviente. Una de las tres que quedaron de la masacre que el Ejército de Guatemala llevó a cabo en la pequeña aldea Dos Erres. Poco más de 250 personas vivían allí; solo tres sobrevivieron al macabro montaje para hacerlo parecer obra de la guerrilla. Óscar era un niño de 3 años, 29 años después, viviendo en EE.UU., recibió un mail que decía que su padre no era el teniente quién él creía. Otro sobreviviente, era soldado cuando supo que quien lo crió asesinó a su familia. Esta es la estremecedora historia de búsqueda de justicia que hoy estremece a todo el continente.
(*)Un reportaje de Fundacion MEPI y Propublica.
Vea también: Buscando a Óscar II: La cacería de los Kaibiles y un final inesperado
La llamada de Guatemala puso a Óscar en guardia. “Unos fiscales vinieron a buscarte”, le dijeron familiares de su pueblo. “Son gente influyente de Ciudad de Guatemala. Quieren hablar contigo”.
Óscar Alfredo Ramírez Castañeda tenía mucho que perder. A pesar de que vivía sin documentos en los Estados Unidos, a sus 31 años había logrado crear una vida estable. Tenía dos empleos a tiempo completo para mantener a sus tres hijos y a su mujer, Nidia. Se habían establecido en una casa pequeña pero alegre en Framingham, un barrio obrero de Boston.
Óscar generalmente se esforzaba por mantenerse lejos de las autoridades. Sin embargo, llamó a la fiscal de Ciudad de Guatemala. Ella le dijo que quería hablar de un tema delicado sobre su niñez y de una masacre ocurrida durante la guerra civil de Guatemala. Prometió explicarlo todo en un correo electrónico.
Días después, Óscar se sentó frente a su computadora en su sala repleta de juguetes, trofeos de escuela, fotos de familia, un crucifijo y recuerdos de su país. Había llegado a casa tarde, después del trabajo. Nidia, con siete meses de embarazo, descansaba en un sillón cercano. Los niños dormían arriba.
Los ojos verdes de Óscar miraron la pantalla. El correo había llegado. Respiró profundo y dio clic.
“Usted no me conoce”, empezaba la larga misiva que le cambiaría la vida.
La fiscal decía que estaba investigando un episodio violento de la guerra, un caso que la había afectado profundamente. En 1982, una patrulla de comandos especiales había asaltado el pueblo de Dos Erres y había masacrado a más de 250 hombres, mujeres y niños.
Dos niños pequeños que sobrevivieron fueron robados por los comandos. Veintinueve años después, quince desde que la fiscalía había empezado la búsqueda de los asesinos, la fiscal había llegado a la conclusión de que Óscar era uno de los dos niños secuestrados.
“Yo tengo conocimiento que usted fue muy querido y bien tratado por la familia con quienes se crió. Yo espero que después de todo esto que le estoy contando, usted tenga la suficiente madurez para asimilarlo de una manera adecuada. Yo lo hago de su conocimiento en base al derecho a saber la verdad que tienen todas las personas víctimas de violaciones a los Derechos Humanos”, escribió la fiscal.
“El punto, Oscar Alfredo, es que usted, aunque no lo sabía, fue una víctima de ese triste hecho que le comento, al igual que ese otro niño que le cuento que encontramos, así como los familiares de las personas que fallecieron en ese lugar”.
Para entonces, Nidia leía por encima de su hombro. La fiscal dijo que podía acordar una prueba de ADN para confirmar su teoría. Le ofreció un incentivo: ayudar a Óscar con su proceso migratorio en los Estados Unidos.
“Esta es una decisión que usted debe tomar”, acotó.
Óscar repasó imágenes de su niñez rápidamente en su cabeza. Se esforzó por relacionar las palabras de la fiscal con sus propios recuerdos. No conoció a su madre, tampoco a su padre, quien nunca se casó. El teniente Óscar Ovidio Ramírez Ramos había muerto en un accidente cuando él apenas tenía cuatro años. La abuela de Óscar y sus tías lo habían criado inculcándole un profundo respeto hacia su progenitor.
Según la familia, el teniente había sido un héroe. Se graduó como el primero en su clase, se convirtió en un soldado de élite y había ganado medallas en combate. Óscar atesoraba la boina militar roja y su añejo álbum de fotos. Le gustaba hojear las imágenes que mostraban a un oficial fornido de sonrisa joven, en un tanque, cargando la bandera.
El sobrenombre del teniente era un diminutivo de Óscar: Cocorico. Y Óscar se llamaba a sí mismo “Cocorico Dos”.
Si las sospechas de la fiscal eran correctas, Óscar no sabía quien era. No era el hijo de un honorable soldado. Era la víctima de un secuestro, un trofeo de batalla, la prueba viviente de una masacre.
A pesar de lo abrumador de la revelación, Óscar tuvo que admitir que no era del todo una sorpresa. Diez años antes, alguien le había enviado un artículo de un periódico guatemalteco sobre Dos Erres. Mencionaba su nombre y el supuesto rapto. Pero su familia en Guatemala lo había convencido de que la idea era descabellada, un mero invento de la izquierda.
Lejos de la cruda realidad de Guatemala, Óscar decidió olvidarse de la historia. El país que había dejado detrás era uno de los más desesperados y violentos en todo el continente americano. Alrededor de 200 mil personas murieron en la guerra civil que terminó en 1996. Los militares, acusados de genocidio, todavía conservaban mucho poder.
Ahora, el caso estaba arrastrando a Óscar al interior de la lucha que Guatemala libraba al enfrentarse con su pasado trágico. Si se realizaba la prueba de ADN y los resultados eran positivos, su vida se transformaría de manera peligrosa. Se convertiría en una evidencia de carne y hueso en la búsqueda de justicia para las víctimas de Dos Erres. Tendría que aceptar que su identidad, su vida entera, había estado basada en una mentira. Además, se convertiría en un posible objetivo de las fuerzas poderosas que buscaban mantener enterrados los secretos de Guatemala.
Los guatemaltecos se encontraban en un dilema similar. Estaban divididos acerca de cómo castigar los crímenes del pasado en una sociedad rebasada por la impunidad. Los asesinos y torturadores uniformados de los ‘80 habían contribuido a crear las mafias, la corrupción y el crimen que azotaban a los pequeños países de Centroamérica. La investigación de Dos Erres era parte de la batalla contra la impunidad, de la lucha por un mejor futuro. Pero las pequeñas victorias tenían grandes costos potenciales: represalias y conflictos políticos.
Al igual que su país, Óscar tenía que elegir si quería enfrentar una verdad dolorosa.

“NO SOMOS PERROS PARA QUE NOS MATEN”

El otoño de 1982 fue tenso en Petén, una región al norte de Guatemala, cerca de México.
Las tropas militares en la zona combatían al grupo guerrillero conocido como las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR). La campaña de contrainsurgencia era metódica y brutal. El dictador Efraín Ríos Montt, un general que había tomado el poder en marzo, después de un Golpe de Estado, arrasaba con poblados rurales sospechosos de alojar y proteger a los rebeldes.
Aunque habían ocurrido enfrentamientos cerca de Dos Erres, la aldea estaba escondida en un área remota y selvática y era relativamente tranquila. Había sido fundada apenas cuatro años antes, mediante un programa de reparto agrario del gobierno. A diferencia de las áreas donde los rebeldes reclutaban agresivamente entre los indígenas del país, los habitantes de Dos Erres eran principalmente ladinos (guatemaltecos de ascendencia blanca e indígena). Las sesenta familias que vivían en este terreno muy fértil, cultivaban frijol, maíz y piñas. Los caminos no estaban pavimentados, pero había una escuela y dos iglesias, una católica y otra evangélica. El nombre del pueblo, Dos Erres, homenajeaba a sus fundadores, Federico Aquino Ruano y Marcos Reyes.
El encargado militar de la región, el teniente Carlos Antonio Carías, pidió que los hombres de Dos Erres participaran en una patrulla de autodefensa civil armada de la base militar ubicada en el pueblo de Las Cruces, localizado a unos 11 kilómetros de distancia. Los hombres de Dos Erres se resistían a hacerlo, preferían ser parte de una patrulla que protegiera a su comunidad. El teniente Carías tomó a mal esta posición de los residentes. Se tornó agresivo y acusó a la gente de Dos Erres de refugiar a guerrilleros. Prohibió a los habitantes que participaran en las ceremonias de juramento a la bandera, y, como evidencia de su supuesta traición, mostró a sus superiores un costal de cosecha inscrito con las iniciales FAR, alegando que se trataba de la insignia guerrillera. En realidad, el costal pertenecía al cofundador de la aldea, Ruano, y eran sus iniciales.
En octubre, el Ejército sufrió una humillante derrota en la cual guerrilleros mataron a un grupo de soldados y robaron alrededor de veinte rifles. A principios de diciembre, inteligencia militar indicó que las armas robadas estaban en el área de Dos Erres. El Ejército envió a sus comandos especiales, los Kaibiles, a recuperar las armas y a darles a los habitantes un castigo.
Los comandos representaban la punta de lanza de una ofensiva anti-guerrillas que ya había recibido varias condenas internacionales. En la lengua indígena Mam, Kaibil significa “aquél que tiene la fuerza y la astucia de dos tigres”. Con un entrenamiento notoriamente duro en técnicas de supervivencia, contrainsurgencia y guerra psicológica, los Kaibiles eran considerados como las fuerzas especiales más violentas de Latinoamérica. Su lema: “Si avanzo, sígueme; si me detengo, aprémiame; si retrocedo, mátame”.
El plan incluía encubrir la identidad de los invasores. El 6 de diciembre de 1982, en una base en Petén, se formó un escuadrón de veinte Kaibiles disfrazados como guerrilleros: con camisetas verdes, pantalones de civil y brazaletes rojos. Cuarenta efectivos uniformados que les acompañarían tenían órdenes de apoyarles con un cerco de seguridad y evitar que alguien entrara o saliera. De todo lo que sucediese en Dos Erres, se responsabilizaría a la izquierda.
Las tropas salieron a las 22:00 en dos camiones civiles. Condujeron hasta la medianoche. Después incursionaron durante dos horas por la densa y húmeda selva. Eran guiados por un guerrillero cautivo obligado a participar en la misión.
En las afueras de la aldea el escuadrón de ataque se desplegó como siempre: por grupos de asalto, municiones, apoyo de combate, perímetro y mandos.
El grupo de mando tenía un operador de radio que se comunicaría durante la operación con mandos superiores situados en otros lugares. El grupo de asalto consistía en expertos en interrogación, lucha y asesinato. Incluso sus mismos compañeros en el escuadrón mantenían su distancia con los miembros de este grupo por considerarlos psicópatas.
Los Kaibiles escogidos para esta misión secreta eran la élite de la élite. A los 28 años, el teniente Ramírez era el más experimentado de todos.
Conocido como Cocorico o El Indio, Ramírez se había graduado como el mejor de su clase en 1975. Había ganado una beca para entrenamiento avanzado en la Escuela de Lanceros, en Colombia, pero se había metido en problemas por ir de fiesta y malgastar fondos. Fue suspendido del Ejército por seis meses y peleó como mercenario en Nicaragua en 1978, con las fuerzas del dictador Anastasio Somoza Debayle, un aliado de los Estados Unidos. Washington reforzó el rol de Guatemala como un bastión estratégico en la lucha contra el comunismo cuando los Sandinistas derrotaron a Somoza el año siguiente. Creció el temor de que hubiera un efecto dominó en la región.
Ramírez volvió a Guatemala y se unió a una unidad de artillería. Herido y condecorado en noviembre de 1981, comenzó a participar en operaciones encubiertas contra la guerrilla, muchas veces vestido de civil. Se creó una reputación por su crueldad. Un compañero suyo lo consideraba “un criminal uniformado”. Otros veteranos, en cambio, admiraban su habilidad en el campo de batalla y la lealtad a sus tropas.
Cocorico era también un hijo entregado: le enviaba mensualmente dinero a su madre, quien se quejaba frecuentemente de que el teniente seguía soltero y no le había dado un nieto.
Ramírez se convirtió en instructor en la escuela de entrenamiento Kaibil, en Petén. En 1982, el régimen de Ríos Montt cerró la escuela y creó una patrulla itinerante de instructores: tenientes, sargentos y cabos, todos hábiles combatientes. Ramírez era el subcomandante de la unidad, la cual podía desplegarse rápidamente como una fuerza de ataque en las zonas de control guerrillero.
El escuadrón invadió Dos Erres a las 2:00.
Los comandos derribaron puertas y sacaron a las familias de sus casas. Aunque los soldados estaban preparados para un enfrentamiento, no hubo resistencia. No encontraron ninguno de los rifles robados.
Llevaron a los hombres a la escuela, y a las mujeres y a los niños a una iglesia. La violencia comenzó antes del amanecer. César Ibáñez, uno de los soldados, escuchó los gritos de las niñas pidiendo ayuda. Varios soldados vieron al teniente César Adán Rosales Batres violar a una niña de 10 años frente a su familia. Imitando a su superior, otros militares empezaron a violar a mujeres y niñas.
Al mediodía, los Kaibiles ordenaron a las mujeres violentadas que prepararan comida en una pequeña casa de rancho. Los soldados comieron en turnos de cinco. Las jóvenes lloraban mientras servían comida a Ibáñez y a los demás. De regreso a su puesto, Ibáñez vio cómo un sargento llevaba a una niña por un callejón.
El sargento le dijo que habían empezado “a vacunar”.
Los militares llevaron a las personas una por una al centro de la aldea, cerca de un pozo sin agua de 12 metros de profundidad. Favio Pinzón Jerez, el cocinero del escuadrón, y otros soldados les aseguraron que todo estaría bien. Serían vacunados. Se trataba de una medida de salud preventiva. No era nada para preocuparse.
Gilberto Jordán fue el primero en derramar sangre. Cargó a un bebé, lo llevó hasta el pozo y lo arrojó hacia su muerte. Jordán lloró cuando mató al niño. Sin embargo, con la ayuda de Manuel Pop Sun, otro soldado, siguió arrojando niños al pozo.
A los adultos les vendaron los ojos y los hicieron arrodillarse, uno a uno. Los interrogaban acerca de los rifles y los nombres de los líderes guerrilleros. Cuando los habitantes protestaban que no sabían nada, los soldados les golpeaban en la cabeza con un mazo, un martillo de metal. Luego, los arrojaban al pozo.
“¡Malditos!”, gritaban las víctimas a sus ejecutores.
Ibáñez tiró a una mujer al pozo. Pinzón, el cocinero, siguió llevando allí a las victimas, junto al sub-teniente Jorge Vinicio Sosa Orantes. Cuando el pozo estaba medio lleno, un hombre que cayó encima de la pila de cadáveres pero seguía vivo, logró quitarse la venda de los ojos:
-¡Mátenme! -les dijo a los militares.
-¡Tu madre! -contestó Sosa.
-¡La tuya, hijo de la gran puta! -gritó el hombre en respuesta.
Pinzón observaba. Sosa se enfureció, le disparó al hombre y para asegurarse, lanzó una granada al interior del pozo. Unas horas más tarde, los cuerpos se desbordaban.
La masacre continuó en otras partes del pueblo. Salomé Armando Gómez Hernández, de 11 años, vivía en otra aldea cerca de Dos Erres. Esa mañana temprano, había viajado a caballo con su hermano de 22 años para comprar medicina en Las Cruces. Cuando llegaron a Dos Erres alrededor de las 10:00 para visitar a un tío, los militares metieron a Gómez Hernández a la iglesia junto a las mujeres y los niños. A través de los tablones, vio cómo los soldados golpeaban y disparaban a la gente. Su hermano y su tío fueron asesinados.
Por la tarde, los asaltantes juntaron alrededor de cincuenta mujeres y niños y los llevaron caminando hacia las montañas. Gómez Hernández se puso al frente de la fila, sabiendo que se dirigían a su muerte. Los demás también lo sabían.
“No somos perros para que nos maten en el monte. Sabemos que nos van a matar, ¿por qué no lo hacen aquí mismo?”, dijo una mujer.
Un soldado se abrió paso violentamente entre los prisioneros hasta llegar a la mujer y jalarla del cabello. Gómez Hernández vio la oportunidad de escapar y huyó. El eco de los disparos sonaba tras él. Se escondió entre la maleza y escuchó.
Uno a uno los soldados mataron a los prisioneros. Gómez Hernández escuchó los gemidos de la gente agonizando. Un niño llamaba a su mama. Los militares ejecutaron a los pequeños con los rifles. A cada uno, un tiro. Fueron entre cuarenta y cincuenta disparos en total.
Al caer la noche, en el pueblo sólo quedaban cadáveres, animales y soldados. El escuadrón se resguardó esa noche en las casas abandonadas. Llovía. Gómez Hernández pudo volver al pueblo, con trabajo, tropezándose entre la oscuridad y el lodo. Pasó entre los cuerpos de sus vecinos esparcidos por las calles y caminos. Escondido entre el pasto alto, escuchó risas.
“Ya los terminamos, muchá. Y vamos a seguir buscando”, dijo un militar.
Gómez Hernández finalmente regresó a Las Cruces.
Cinco prisioneros más sobrevivieron a la matanza de los Kaibiles. Tres mujeres adolescentes y dos niños pequeños aparentemente habían logrado esconderse en algún lugar. Al ponerse el sol, fueron hacia el centro de la aldea. Los soldados los llevaron a una casa que habían convertido en el puesto de mando. Los tenientes decidieron no matar inmediatamente a los recién llegados.
La mañana del 8 de diciembre, el escuadrón se dirigió hacia las montañas selváticas con los nuevos prisioneros. Vistieron con uniformes militares a las adolescentes. El teniente Ramírez se hizo cargo del pequeño de tres años. El panadero del escuadrón, Santos López Alonzo, se llevó al niño de cinco años. Esa noche, tres oficiales arrastraron a las jóvenes entre la maleza y las violaron. A la mañana siguiente las estrangularon y las fusilaron.
Perdonaron las vidas de ambos niños porque tenían piel blanca y ojos verdes, atributos bien valorados en una sociedad estratificada por divisiones raciales.
El teniente Ramírez le dijo a Pinzón y al resto que llevaría al niño más pequeño a su pueblo, Zacapa, situado al este del país. Lo vestiría al estilo de la región: “Como un vaquero: botas vaqueras, pantalones y una camisa”.
Días después, un helicóptero aterrizó en una llanura. Estaba ahí para recoger a Pedro Pimentel Ríos para su siguiente misión. Iba rumbo a Panamá para servir como instructor en la Escuela de las Américas, la base militar de los Estados Unidos donde se entrenaron a muchos militares latinoamericanos implicados en atrocidades. Los niños fueron subidos al helicóptero y llevados a la base Kaibil.
En la selva la patrulla iba a pie. Seguían las indicaciones del guerrillero guía que estaba atado a una larga cuerda. Las provisiones ya escaseaban. Mientras se encontraban sentados alrededor de una fogata, el teniente Ramírez le dijo a un subordinado, Fredy Samayoa Tobar, que tenía ganas de comer carne.
-¿De dónde se supone que voy a sacar la carne? -preguntó Samayoa.
-Corta un pedazo de ese guía y tráemelo -contestó Ramírez.
Samayoa tomó su bayoneta y le cortó unos treinta centímetros de la espalda al guía. Y le llevó el pedazo al teniente.
-Oh no, no, no, tienes que ejecutarlo, está sufriendo -le dijo Ramírez.
El soldado mató al guía. El teniente no se comió la carne.
El comando llegó cerca del pueblo de Bethel, donde encontraron una tienda y robaron cerveza, cigarrillos y agua. Se encontraron también con unos campesinos, a los que decapitaron.
Cuando el escuadrón regresó a la base, más de 250 personas habían muerto. Los Kaibiles llamaron a la misión “Operación Chapeadora”. Habían “podado” a todo aquél que se había puesto en su camino.
Cuatro días después de la masacre, el teniente Carías, comandante en Las Cruces, llevó tropas en camiones y tractores a Dos Erres. Saquearon los vehículos, propiedades y robaron a los animales. Luego quemaron la aldea.
Carías se encontró con los aterrorizados familiares de los desaparecidos. Algunos estuvieron lejos de Dos Erres ese día, otros vivían en pueblos cercanos. Acusó a la guerrilla del incidente.
Quién hiciera demasiadas preguntas, amenazó Carías, moriría.

PRUEBA VIVIENTE

Tras unas pocas semanas, la embajada estadounidense en Guatemala se había enterado de lo sucedido en Dos Erres.
Una “fuente confiable” les había dicho a los oficiales de la embajada que soldados disfrazados de rebeldes habían asesinado a más de 200 personas. Era el último de una serie de reportes recibidos en los que se culpaba a los militares por las masacres al interior del país. El 30 de diciembre tres oficiales estadounidenses fueron a Las Cruces, y las entrevistas realizadas a los locales levantaron más sospechas.
El equipo sobrevoló Dos Erres en helicóptero. El piloto de la Fuerza Aérea de Guatemala se negó a aterrizar, pero las casas quemadas y los campos abandonados eran una evidencia suficientemente clara de que se habían cometido atrocidades. En un cable diplomático excepcionalmente sincero enviado a Washington, los diplomáticos aseguraron que “lo más probable es que la entidad responsable de este incidente sea el Ejército de Guatemala”.
El gobierno estadounidense mantuvo el secreto hasta 1998. No se tomó ninguna medida contra el Ejército ni el escuadrón Kaibil. Los Estados Unidos continuaron apoyando a los gobiernos represores pero anti-comunistas de Centroamérica.
Tendrían que pasar catorce años hasta que alguien intentara hacer justicia por Dos Erres. En 1996, después de más de tres décadas de guerra civil, las hostilidades cesaron con un tratado de paz entre los rebeldes y militares de Guatemala. Ambos bandos acordaron una amnistía que exculpaba a los combatientes, pero permitía juzgar las atrocidades.
Existía, sin embargo, una duda considerable sobre si el nuevo gobierno sería capaz de llevar a juicio esos casos. Los perpetradores de algunos de los peores crímenes de guerra mantenían su poder en las Fuerzas Armadas o en mafias del crimen organizado que crecieron rápidamente. Los cárteles de droga reclutaron ex Kaibiles como sicarios e instructores.
La investigadora que se enfrentó a este peligroso encargo fue Sara Romero.
Romero era una mujer pequeña y tranquila al expresarse. Parecía más una oficinista o una profesora que una luchadora contra el crimen de primera línea. A sus 35 años era una fiscal novata. Se había graduado en la escuela de leyes el año anterior y había sido asignada a una comisión especial de derechos humanos en la Ciudad de Guatemala. Aunque los crímenes de guerra habían quedado sin resolver durante años, estaba decidida a continuar las investigaciones sin importarle los obstáculos. De otra forma, pensaba, la impunidad seguiría enquistada en la sociedad guatemalteca.
Se le asignó el caso de Dos Erres. Hubo cientos de masacres durante el conflicto y Naciones Unidas concluyó que el Ejército fue responsable de al menos el 93 % de las muertes. Además la ONU declaró que los asesinatos sistemáticos de indígenas podrían llegar a ser un genocidio.
Romero tenía poca información. Los militares insistían que el caso de Dos Erres había sido obra de la guerrilla. Gracias a la declaración de Gómez Hernández (vea la declaración), el sobreviviente que tenía 11 años durante la masacre, la fiscal supo que el Ejército había tenido algo que ver. Pero aún necesitaba más pruebas.
Después de un trayecto de ocho horas en autobús a la región en el norte del país, Sara Romero llegó a la escena del crimen. Un manto de silencio cubría las ruinas. Entrevistó a sobrevivientes que estuvieron fuera de la aldea el día de la masacre. La mayoría tenía miedo de hablar. Susurraban que temían la ira del teniente Carías, quien todavía seguía como comandante en Las Cruces. Sospechaban que él había orquestado el ataque al haberse enfrentado con los habitantes de Dos Erres.
Romero se dio cuenta que era difícil reconstruir hasta los hechos más elementales, como la identificación de las víctimas. Para realizar un censo, pidió a la que fue maestra de la escuela de Dos Erres, una lista de todos los niños y familiares que pudiera recordar.
Sin víctimas confirmadas ni testigos sólidos, Romero nunca podría resolver el caso. Pero encontró a una aliada: Aura Elena Farfán.
De aspecto digno, Farfán tenía el pelo gris y un carácter tan dulce como inflexible. Lideraba una asociación de derechos humanos en Ciudad de Guatemala para víctimas del conflicto. A pesar de las amenazas, había interpuesto una demanda criminal responsabilizando al Ejército de la masacre en Dos Erres. En 1994, había llevado con ella a un equipo voluntario de antropólogos forenses argentinos para exhumar los restos. (Ver acta de defunción de N.N.)
Los argentinos –con habilidades afinadas investigando su propia “guerra sucia”—trabajaron rápidamente y en condiciones riesgosas. El batallón en Las Cruces los acosó siguiéndoles y tocando música militar a muy alto volumen. La exhumación extrajo e identificó los restos de cerca de 62 personas, muchos de ellos bebes y niños.
Farfán pudo conseguir un gran logro para la fiscalía. A menudo daba entrevistas en la radio del Petén, donde invitaba a que los testigos se involucraran en el caso. Después de una de esas transmisiones, representantes de Naciones Unidas le avisaron que un ex soldado quería hablar sobre Dos Erres. Viajó a la casa del hombre, donde se presentó disfrazada con lentes oscuros, un sombrero rojo y un chal. Una representante española de la ONU seguía sus pasos para protegerla.
La puerta se abrió. Allí estaba Favio Pinzón Jerez, el ex cocinero robusto y con bigote del escuadrón Kaibil, desayunando con sus hijos. Después de su sorpresa inicial, recibió a Farfán.
Pinzón le contó que había dejado el Ejército y ahora trabajaba como chofer en un hospital. Nunca logró ser Kaibil de verdad. No aguantó el duro proceso de entrenamiento. Por ser un humilde cocinero fue maltratado por el resto de soldados de la patrulla Kaibil. Era el eslabón débil en el código de silencio de los guerreros. Dos Erres era un fantasma que le perseguía.
-Quería hablar con usted porque esto que tengo aquí en el corazón, ya no lo aguanto más -le dijo Pinzón a Farfán.
Le contó la historia de la masacre y le dio los nombres de cada miembro del escuadrón. La conversación duró horas. Farfán se sintió abrumada, con una mezcla de disgusto y gratitud. Fue incapaz de estrechar la mano del soldado, aunque vio que su arrepentimiento parecía sincero.
Poco después, Pinzón le presentó a Farfán otro veterano: César Ibáñez. La activista convenció a los dos hombres de testificar ante Sara Romero. Contaron sus historias fríamente, sin asomo de emoción. Habría sido imposible conocer los detalles de la masacre si los dos hombres no hubieran hablado, por lo que se les concedió inmunidad y fueron reubicados como testigos protegidos.
Los investigadores habían encontrado obstáculos y amenazas por parte del Ejército desde un principio. Ahora contaban con testimonios de primera mano que implicaban a la patrulla Kaibil en el crimen.
Había una nueva línea de investigación: el robo de los dos niños por el teniente Ramírez y Santos López Alonzo, el ex panadero de la unidad.
Romero pensó que encontrar a los dos muchachos era un punto crítico, un milagro. Debían conocer la verdad: vivían con las personas que habían asesinado a sus padres. Ninguna otra atrocidad de derechos humanos registrada contaba con este tipo de evidencia.
En 1999, Sara Romero y otro fiscal fueron a casa del panadero López Alonzo, cerca de la ciudad de Retalhuleu. Su oficina contaba con tan pocos recursos que no había apoyo policiaco ni armas. Romero tenía sus reservas por tener que enfrentarse a este militar con acusaciones tan graves. Sabía que los Kaibiles se jactaban de ser considerados máquinas de matar.
Cuando vio al soldado sentado en la entrada de su modesta casa, todos sus miedos desaparecieron. “Se le ve un hombre sencillo, un campesino humilde”, pensó.
Las fotos familiares en casa de López Alonzo confirmaron sus sospechas de que estaba en el lugar indicado. Era un maya de piel oscura y cinco de sus hijos se parecían a él. El sexto chico, llamado Ramiro, tenía piel blanca y ojos verdes.
-Mi hijo mayor tiene una historia muy triste -le dijo López Alonzo a la fiscal.
Confesó que tras la masacre se había quedado con Ramiro y lo había tenido viviendo en la escuela militar por tres meses. Trajo el niño a casa y a su esposa le contó que había sido abandonado (vea partida falsa de nacimiento de Ramiro). López Alonzo dijo que había enlistado a Ramiro, ya con 22 años, en el Ejército. Se negó a revelar la ubicación del chico. Cuando la oficina de la fiscal empezó a indagar, el Ministerio de Defensa le preguntó a Ramiro si tenía algún problema con la ley. En vez de cooperar, el Ministerio le movió de una base a otra.
Los investigadores estaban preocupados de que Ramiro se encontrara en un grave peligro si los militares se enteraban de que era prueba viviente de una atrocidad. Eventualmente, los fiscales lo encontraron y se lo llevaron. Ramiro les contó que tenía recuerdos de la masacre y del asesinato de su familia.
La familia Alonzo lo había tratado mal, declaró, lo golpeaban y lo usaban casi como su esclavo. Durante un episodio de ira, López Alonzo, borracho, le disparó con un rifle. Las autoridades le convencieron de que abandonara las Fuerzas Armadas y le ofrecieron asilo político en Canadá.
La búsqueda del otro joven fracasó.
Los fiscales averiguaron que el nombre del chico era Óscar Alfredo Ramírez Castañeda. Su presunto raptor, el teniente Óscar Ovidio Ramírez Ramos, había muerto ocho meses después de la masacre cuando dormía sobre un camión que transportaba madera para construir una casa. Murió instantáneamente cuando el camión volcó.
Una hermana del teniente fue interrogada en Zacapa en 1999 y confesó que Ramírez había traído el niño a casa a principios de 1983, alegando que Óscar era el hijo que había tenido con una mujer fuera del matrimonio. Los fiscales encontraron un acta de nacimiento pero ninguna evidencia de que la madre realmente hubiera existido. La hermana admitió que había oído que el niño era de Dos Erres.
Óscar había dejado el país para ir a Estados Unidos. Como su familia no quería ayudar en la investigación, Sara Romero se vio obligada a cancelar la búsqueda.
En el intertanto, los investigadores avanzaron en otras pistas. Habían identificado a varios ejecutores del escuadrón Kaibil. En el 2000, un juez decretó órdenes de arresto para 17 sospechosos de la masacre.
En medio de la realidad sofocante de Guatemala, los resultados eran decepcionantes. La policía no lograba llevar a cabo los arrestos. Los abogados de la defensa bombardearon al tribunal con documentos y apelaron a la Corte Suprema. El alegato de la contraparte fue que sus clientes estaban protegidos por leyes de amnistía, argumentos inexactos que estancaban las investigaciones.
Sara Romero se estrelló con el poder del Ejército. Parecía que la justicia se le escapaba, como lo había hecho Óscar.
(*) Con reportes por Habiba Nosheen, especial para ProPublica, y Brian Reed, This American Life
(*)Un reportaje de Fundacion MEPI y Propublica.

Guatemala: Familiares de los detenidos desaparecidos del CASO CIDH 9.326


Carta dirigida a:  agentes del estado  o personas que tuvieron el apoyo del estado para cometer estos delitos,  a ustedes que programaron, decidieron y ejecutaron las órdenes de sus jefes,  a ustedes que fueron actores directos o cómplices de este horrendo crimen:  detención ilegal y desaparición forzada de nuestros seres queridos.
 
Ustedes saben,  que el  único delito  de ellos fue  su significativa participación en las luchas por la defensa de la autonomía de la Universidad de San Carlos de Guatemala, por la libertad de cátedra y la reforma universitaria, por la atención de las demandas académicas, por la investigación de los problemas nacionales, por la promoción de actividades artísticas y culturales; y en el ámbito nacional, fueron incansables defensores de los intereses del pueblo guatemalteco, en su lucha por la democracia y el bienestar de la sociedad.
 
A ti que ni siquiera los conocías, que nunca antes de su captura habías hablado con ellos y conocer  de sus ideales,  quiero dirigirme  hoy   y decirte  que aún tenemos  la esperanza de que  te des la oportunidad de reconciliarte contigo mismo/a, con  Dios y con nosotros sus familiares, quiero decirte por medio de estas líneas,  que estamos esperando que te arrepientas,  que no te  puedes morir sin antes haber dicho en  dónde, cómo   y cuando ejecutaste esa orden que te dieron tus superiores… a ti  te estoy dirigiendo estas líneas  y decirte que después de 28 años de la desaparición  de Héctor  Alirio Interiano Ortiz   y  de cientos y cientos más,  no  nos  damos   por vencidos,  tu que lo delataste,  tú que  recibiste un salario por  infiltrarte en el movimiento estudiantil y te hiciste pasar por un universitario sancarlista más, o por un revolucionario más,  cuando tú único trabajo era pasar información y delatarlos a ellos y ellas…a ti, que  un día  desempeñabas  el trabajo de fotógrafo  y  le tomaste  fotos cuando él participaba en una manifestación o  en el entierro  de alguno de sus compañeros(as)  asesinados,  a ti que te tocó  escribir su nombre en la lista negra como le llamaban  las organizaciones  del estado,  a ti  que lo viste en ese listado,  a ti que  fuiste el encargado de  conducir ese vehículo en el que fue introducido violentamente…a ti que le diste seguimiento, vigilabas sus pasos y fuiste el encargado de capturarlo y meterlo con lujo de fuerza  a ese  vehículo  y  te toco  cumplir con la orden de llevarlo a ese cautiverio,   a ti que eras el encargado de  interrogarlo, torturarlo…de darle muerte, de darle el tiro de gracia…a ti que fuiste el encargado de ir a tirar su cuerpo a un barranco, a una fosa común…al mar...a ti que ahora para olvidar tus actuaciones de este pasado te has refugiado en una iglesia, buscando paz y perdón de Dios,  pero sabes que no lo puedes lograr sin haberte reconciliado con nosotros.
 
A todos ustedes, les decimos que en nosotros los familiares de los detenidos desaparecidos,  nuestro duelo no esta concluido,  el olvido reparatorio no existe para nosotros, la  herida permanentemente  esta abierta y  se resiste a cicatrizar, el dolor vuelve cada año en el aniversario de esa fecha que marcó nuestras vidas,  permanece  en la  profundidad del sentimiento.
 
Por eso hoy te digo, tu no puedes irte de este mundo sin decirnos  dónde están? porque nunca desde que aquel día que lo interceptaste y  te  llevaste  a Héctor Alirio Interiano,  Carlos Ernesto Cuevas Molina, Gustavo  Castañón,  Otto  Estrada, Amilcar  Farfán, Irma  Hichos, etc. etc,    desde aquel día en que los asesinaste y les disparaste a mansalva, desde ese día no has podido dormir tranquilo,  yo se que ese recuerdo esta en tu pensamiento…a ti que te tocó  ir a dejar su cuerpo o tirarlo en una fosa,  a ti que actuaste  sin piedad cuando los torturaste,  hoy  te digo,  que esperamos  tu respuesta…  que hables, que nos des una pista donde encontrar sus restos,  pues  tarde o temprano  será descubierta la verdad,   los cementerios clandestinos,  las fosas comunes  donde  tiraron a nuestros seres queridos  mostrarán  tarde o temprano la crueldad con la que actuaste,  esos huesos inmortales son  el testimonio de un pasado en el que tu participaste, en el que tu también fuiste víctima, fuiste instrumento de otros.
 
Familiares de los detenidos desaparecidos del CASO CIDH 9.326


A 28 AÑOS, HOMENAJE A NUESTROS HÉROES Y MÁRTIRES DETENIDOS-DESAPARECIDOS EN MAYO DE 1984

Dignificar la actividad revolucionaria honrando a nuestros héroes y mártires y su legado manteniendo la denuncia por las desapariciones forzadas de cara a las nuevas luchas por construir una Guatemala  con justicia e igualdad para todos y todas



En el mes de mayo de 1984 una gran parte de la dirigencia de la Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU) “Oliverio Castañeda De León, fue desaparecida por el régimen militar encabezada por el General Oscar Humberto Mejía Víctores.  
Héctor Alirio Interiano Ortiz
El 21 de mayo de 1984 es secuestrado. Él era de la Agrupación Frente.
Estuvo en la Facultad de Medicina en el año de 1977; al mismo tiempo estudiaba en Economía.  Finalmente continuó estudiando sólo en Economía. Miembro de la organización estudiantil amplia y legalmente r e conoc ida   (AEU)  de   l a  unive r s idad de  San Ca r los   (USAC) .  Su participación giraba en torno a la defensa de los intereses estudiantiles, de la comunidad universitaria en general, por la formación de un profesional al servicio de los sectores más desposeídos.

Carlos Ernesto Cuevas Molina
El 15 de mayo de 1984, el estudiante de Sociología de la Escuela de
Ciencias Políticas, Presidente del Comité Ejecutivo de la AEU e hijo del ex rector Rafael Cuevas del Cid.  Tres vehículos que se conducían en contra de la vía lo interceptaron cuando él se conducía en su motocicleta, en la zona 1.  Los hechores, no conformándose con secuestrarlo, asesinaron en ese momento a su esposa e hijo.  Según el “Diario Militar”, el 1 de agosto de 1984 fue asesinado junto con varios líderes estudiantiles.  Nunca apareció su cuerpo.
Gustavo Adolfo Castañón Fuentes
El 21 de Mayo de 1984, el estudiante de Económicas, fue capturado cuando salía de la Ciudad Universitaria. Fue secuestrado el 21 de mayo de 1984, miembro de la organización estudiantil amplia y legalmente reconocida (A.E.U) de la Universidad de San Carlos  USAC. Su
participación giraba en torno a la defensa de los intereses estudiantiles, de la comunidad universitaria en general, por la formación de un profesional al servicio de los sectores más desposeídos. Nunca se supo más de él.



Otto René Estrada Illescas
El 15 de mayo de 1984, el estudiante de Ciencias Económicas, de 31 años, miembro del Comité Ejecutivo de la AEU y del Sindicato de Trabajadores de la USAC, fue secuestrado al salir de una peluquería. Según el “Diario Militar”, el 1 de agosto de 1984 fue asesinado junto con varios líderes estudiantiles. 
Nunca apareció su cuerpo.



 
Rubén Amilcar Farfán
El 15 de mayo de 1984, el estudiante de Humanidades, miembro del Comité Ejecutivo de la AEU, trabajador de la Editorial Universitaria y delegado del Consejo de Representantes del Sindicato de la USAC (STUSC), fue
secuestrado por hombres vestidos de civil, cuando salía de su trabajo.
Según el “Diario Militar”, Rubén Farfán fue asesinado en ese momento, cuando se resistió a ser secuestrado por las fuerzas de seguridad.  El Estado no reconoció su participación en el hecho y tampoco ha aparecido su cuerpo.



Irma Marilú Hicho Ramos
El 21 de mayo de 1984, la estudiante, fue desaparecida cuando salía de la Ciudad Universitaria. Miembro, de la organización estudiantil amplia y legalmente reconocida AEU de la Universidad de San Carlos USAC. Su participación giraba en torno a la defensa de los intereses estudiantiles, de la comunidad universitaria en general, por la formación de un profesional al servicio de los sectores más desposeídos. Desaparece el 21 de mayo de 1984 miembro de  la Coordinadora Ejecutiva de la Asociación de Estudiantes Universitarios “Oliverio Castañeda De León”, en el año de 1984. Estudió el nivel medio en el Instituto para Señoritas Belén. Estando en Belén ella tenía sus ideas y así se fue forjando, hasta llegar a la Facultad de Ciencías Económicas en la  Universidad de San Carlos. Irma tenía un buen carácter y muy buenos sentimientos, a veces se quitaba
el pan para dárselo a otro. Nunca se supo de ella.
Luis de Lión
Poeta guatemalteco secuestrado y desaparecido por las fuerzas represivas en mayo de  1984
Fue dirigente magisterial y miembro del Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT). En mayo de 1984 fue desaparecido y no se supo nada de su paradero sino hasta 1999, cuando su nombre apareció en el macabro “diario militar”Luis de Lión, (1940-1984), nombre literario de José Luis de León Díaz. Nació en el pueblo indígena (kakchiquel) de San Juan del Obispo, Sacatepéquez, Guatemala. Narrador y poeta.







Fidel Antonio Avila Revolorio 
El 29 de abril de 1984 es secuestrado por la dictadura militar y nunca se le volvió a ver. Siempre estuvo a la par del pueblo en sus luchas y demandas,   fue líder estudiantil y dirigente sindical a finales de los años 70s en la Ciudad de Guatemala.Se integro en esos años como militante de la Juventud Patritica del Trabajo -JPT-  
Edgar Saturnino Gutiérrez Cabrera  (La Toña)
El 2 de mayo de 1984, es secuestrado a las 15:00 horas, en la 10ª. Calle y 7ª. Avenida, Zona 9. El 5 de Junio de 1984, es asesinado.





Moisés Saúl Arriaga de León
El 6 de Mayo de 1984, el estudiante de Medicina y visitador médico es
secuestrado por hombres fuertemente armados, en la colonia El Milagro, zona 19. No se volvió a saber más de él.

Edwin Norberto Ovalle Ico
             El 9 de mayo de 1984, el estudiante de Medicina de 22 años, fue capturado
por cuatro hombres armados en la zona 7


Manuel Alfredo Baiza Molina

El 14 de mayo de 1984, fue secuestrado y desaparecido junto a las estudiantes María Magdalena y María Florencia Tobar Lima, a las 12:00 horas en la Avenida Las Américas, frente a Helados Pops. Estudiante de la Facultadad de Agronomía, fue miembro del secretariado de AEU 1978 y miembro de la agrupación FRENTE. .  Según el “Diario Militar”, el 1 de agosto de 1984 fue asesinado junto con varios líderes estudiantiles.  Nunca apareció su cuerpo.




María Magdalena Tobar Lima
El 14 de mayo de 1984, fue secuestrada y desaparecida junto al estudiante Manuel Alfredo Baiza Molina y su hermana María Hortensia Tobar Lima, a las 12:00 horas en la Avenida Las Américas, frente a Helados Pops.
Según el “Diario Militar”, el 1 de agosto de 1984 fue asesinado junto con varios líderes estudiantiles.  Nunca apareció su cuerpo.






María Hortensia Tobar Lima
El 14 de mayo de 1984, fue secuestrada y desaparecida junto al estudiante Manuel Alfredo Baiza Molina y su hermana María Magdalena Tobar Lima, a las 12:00 horas en la Avenida Las Américas, frente a Helados Pops.
Según el “Diario Militar”, el 1 de agosto de 1984 fue asesinado junto con varios líderes estudiantiles.  Nunca apareció su cuerpo






Félix Estrada Mejía
Nació el 17 de septiembre de 1968, estudiante de la Escuela Normal Central para Varones. Realizo sus estudios primarios en la Escuela Adela Asensio de Sandoval. Fue Presidente de la Asociación de Estudiantes Normalistas AEN. Viajo Al Festival de Estudiantes en Cuba en el año de 1978. Miembro de la Coordinadora de Estudiantes de Enseñanza Media CEEM. Fue secuestrado el 15 de mayo de 1984 en la 1ª. Avenida y  8ª.Calle  zona 9, asesinado el 5 de junio de 1984



Sergio Leonel Alvarado Arévalo (Fueguito)
El 19 de mayo de 1984, el estudiante de 20 años de la Facultad de Ciencias Económicas y miembro del Comité Ejecutivo de la AEU, fue secuestrado por miembros de las fuerzas de seguridad.
En la .asociación de Estudiantes de Educación Media
tenían un periódico llamado Fuego en donde él escribía artículos y hacía las tiras cómicas que aparecían en él; allí inventa un personaje representativo del periódico llamado “Fueguito” (un “fosforito” simpático que daba mensajes solidarios) y por su parecido con este personaje le empiezan a llamar así.
El 5 de Junio de 1984, es asesinado. Según el “Diario Militar” fue
asesinado, su cuerpo nunca apareció.

María Vilanova Rompich Chiquín
El 22 de mayo de 1984, la maestra de primaria y estudiante de Humanidades,
es secuestrada al salir de su casa, en la zona 19. Nunca se supo más de
ella.
 Iván Estuardo Velásquez Mendoza
El 23 de mayo de 1984, el transportista y estudiante, de 23 años, de
Ciencias Económicas es secuestrado cuando estaba trabajando en el centro
de la ciudad, junto a su hermano Jorge Estuardo. Nunca se supo más de ellos.